domingo, 26 de abril de 2009

Melena al viento

Vino a los ocho años de silencio. Sentí mi peinado como algo engorroso, repeinado, recogido en un artístico moño.
Ya no sentirá el pelo sus caricias.
Los próximos días lo dejé suelto, sin lacas ni geles. El pelo se volvió vivo, alentador y esperanzado. Ya, añorante.
No regresó. Ni sus manos volverán a posarse sobre él. Quizás en otros ocho años...
Volví los ojos hacia aquél suceso único. Como todos los sucesos de cada día. Aunque no los recordemos, aunque creamos que son viejos y reiterados.
Sencillamente es la capacidad de medida que les aplicamos.
Aquél colmó toda métrica.
Nuestras bocas tropezaron y se avalanzaron la una a la otra descontroladas, con vida propia.
Sí. Aquél momento lo definí como: un choque de trenes.
Salí huyendo despavorida.
-No puedo, no puedo, susurré.
Sólo aplacé lo que tenía que suceder.
¡Ah, un lapso eterno de veinticuatro horas!
Trás ese impromptus, llené mi cama con otra presencia. La suya, su presencia, era demasiado peligrosa para mi corazón.
Él sonrió ante el ocupante.
Le dije: es que tardaste mucho en volver.
Durante una semana regresó. Nunca más se rozaron nuestros cuerpos.

El pelo continua añorando sus manos.

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