martes, 23 de junio de 2009

lo que quiero decir...

y las ocasiones son raras.

Pero hoy se nos dió la oportunidad, y la empleamos por un tiempo inabarcable de fruta madre.

Tú, gallego y de derechas, yo sin patria y ácrata. Descreída y soñadora. ¿Cómo que no cuaja, verdad?
No concibo el entendimiento desde un prisma. Ni tú tampoco, Marcos. De hecho podemos llegar a entendernos sin que medie palabra alguna.
Me gusta hablar,oh sí. Pero el silencio cómplice como hablamos hoy. Es, algo extraordinariamente inmenso.

Más allá de la comunicación establecida el silencio es la comprensión.

La apatía, el sueño que no llegaba, el dolor de la desgana había ocupado tanto espacio que, cuando dijiste que lo que vivías era lo mismo que te iba desgranando de mi propio estado se hizo el entendimiento de modo inequívoco.

Tu miedo de origen diverso al mío. Pero al fin y al cabo miedo. Y, quién dice que fuesen distintos.
Uno supone: por pautas que le atenazan sin conocimiento.
El miedo nace de entrada. Al salir de la barriga. Luego lo acrecentan, o lo vamos haciendo cada vez más desmadrado.
El miedo ocupa una gran parte de nuestra vida. Y toma formas variopintas. Me hablabas de las tuyas. Preguntabas si las mías se parecían a las que tu experimentabas.
Desviaba la respuesta en espera de la manifestación del miedo tuyo, si eras capaz de concretarlo. ?Quién lo hace?

Queremos creer en una serie de respuestas que tal vez nos vayamos desgranando en nuestro más amable ego y que al fin, tan poquito nos convencen. Lo tenemos que intentar. La entrega a la desesperación es estúpida. Queremos, tenemos que inventar motivos contundentes para nosotros.
Los que encontramos son aquellos tan simples como que deseamos seguir viviendo.
Y lo hacemos, Marcos. Lo hacemos.