domingo, 22 de noviembre de 2009

desayuno con aguamarina

Como un cielo apagado se torna el ánimo.
La mañana no empuja. La incertidumbre se propala turbulenta.
Dicen que ninguna noticia es buena noticia.
Yo albergo dudas.
La preocupación me ocupa toda.

Pregunto y nadie sabe. Pongo un mensaje trás otro y el eco se ha vuelto mudo.
Telefoneo y responde el tono de una voz ajena a la que deseo, quiero oír.

No es día de trinos. Todo alrededor es silencio espeso.
Hay mil modos de decir silencio.
Resuena la palabra en mi oído.
Silencio, silencio. Están dormidos.
¿Todos están durmiendo?
Así parece.
Si duermen descansan,¿por qué entonces mi tribulación?

Tal vez el ego indómito de nuevo.
Quiero saber, necesito saber, pero todos duermen.

La respuesta está en oriente. Allí se cuentan cosas al oído presto y ávido de conocimiento y cercanía.
En occidente las máquinas no paran de decir. A mi me suena a necedad.
Debo irme a oriente.
A hablar con las manos y los pies, con los gestos y la danza.

Quiero ser oída, respetada, amada como cualquier otro ser.

En occidente el murmullo de las máquinas apaga las voces.