sábado, 27 de febrero de 2010

La mayoría de las veces lo importante se omite y se deja paso a lo banal.
Eso es al menos lo que a mi me ocurre.

En mi diario oculto, en el que sólo a mi y a mi amiga le pertenece, se plasma el temor, la duda, la reflexión honda que todo vivir conlleva.

En él se refleja también la profunda calma, la armonía de algunos ratos inolvidables que la vida nos regala así, sin más.

Me sorprende todo cielo, todo pájaro, toda florecilla, todo árbol. Todo aquello que tiene vida. El mar, enorme tazón de leche. El mar, diamantino esplendor, que, como todo esplendor no se deja contemplar.

Quién menos me sorprende-aunque lo manifieste como coletilla-es el ser humano. Es el más previsible hasta en sus extremos de amor o beligerancia. En su sublimidad y en su mísera faceta de hipocrática y petulancia.

Es el más arrogante de los seres vivos.

El árbol se alza altivo, la flor también pero sólo el ser humano opina así de ellos porque es incapaz de verlos como son. Seres vivos que viven sin calificarse.

Me gustaría ser una gallina. Poner un huevo al día, a veces incluso dos y así pasaría la vida.