jueves, 14 de mayo de 2009

Sin etiqueta

¡Ven, que quiero desnudarme!
Y se fue la luz, y tengo
cansancio de estos vestido...http://>Manuel Altolaguirre

Italiano de nacimiento emigró a Alemania.
Desconozco cuando y cuanto tiempo anduvo por allá.

Le conocí a él y a su esposa como casi siempre ocurre, por casualidad, en casa de unos amigos por lo que deduzco comunes.

Por cuestiones que no vienen al caso, nos fuimos viendo su esposa y yo.

Cuando él aparecía, desaparecía yo.
Su esposa, enamorada como una chiquilla, me decía sin palabras: puedes marcharte. Ha llegado mi dueño y señor.
Si estábamos en un lugar público, la mirada de ella repetía sin palabras: nos vamos, ha llegado mi dueño y señor.
El tiempo iba pasando. Entre su llegada y mi marcha o la marcha de ambos él hacía cualquier comentario sobre las mujeres, el tabaco odiado, sobre el país...
Su aspecto bastante anodino y su voz casi susurrante iba degranando crítica tras crítica. Siempre, eso si, negativas.
Cuando esto ocurría, yo, me reía y daba alguna respuesta lacónica pero mordaz.
Opino, que a menudo sucede que, los tiranos pasan al principio desapercibidos. Así que; bien por la rareza de los encuentros, bien por la poca importancia que le daba yo a sus críticas, bien por el respeto que sentía por su esposa y su ceguera de amor, fui obviándole y eso a pesar de lo que comenzaba a sentir hacia él. Esto es: un desprecio que crecía y crecía y crecía.

Dentro de mi una voz atronaba, ¡machista repugnante! ¡desgraciado que no respetas al país que te acoge ni a la mujer que te ama! Vete con tu Mussolini-perdón con tu Berlusconi-que para el caso es lo mismo y, píerdete en tu mundo de mierda.

Han pasado muchos años.
Se marcharon de la ciudad y no volvimos a vernos.
Hace unos meses tropezamos su esposa y yo, de nuevo casualmente. Desde entonces ella ha venido a la casa unas pocas veces.
Durante sus visitas, ella contaba, contaba contaba mientras yo deducía deducía y deducía sin interrumpirla.
Hago de psicólogo sin titulo académico a menudo y como tal callo y deduzco.

Su amor dejó de ser ciego, pero su actitud seguía siendo, yo diría sabia. Claro que mi opinión me la guardo.

Hace dos semanas vino con él. Miro en derredor y observó como habían destrozado el país. Para mi capote tenía razón, pero su crítica perenne y su forma despectiva no la obvié más.
Al marcharse le susurré al oído: debías irte al país que tanto amas y dejar en paz al que te acoje.
Dos días después vino ella. Le dije que había dicho. Ella se despidió sonriente." Ama en exceso a su país"
Sigue siendo una mujer muy sabia.
De él, todo queda reflejado.