viernes, 27 de marzo de 2009

Entre pan y pan

Entre sueños rotos, cercanías imprescindibles.
Así es esa relación de amistad que supera los harapos de la realidad. De esa realidad que es capaz de destrozar, y de la que emerge como ave Fénix lo puro, lo insoslayable, lo auténtico. No, no hemos paseado por las playas morenas, no hemos comido sino el alimento más deseable. ¿Se puede pedir más?. Nada de lo intuido se hizo. Se hizo lo que mandaba el momento interminable de la voluntad del encuentro. Se hizo como en un principio la luz, o como creemos que se hizo. Porque la luz aparece cuando menos la esperas, y sobre todo cuando nada esperas porque sabes.
Con ella es así. Siempre gozo. Siempre gozo.
Es, mi Miranda. Esa de ojos agarenos, de corazón desnudo, de enseñanza sin vanagloria. Es mi
amiga.
Dicen que hay que tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro. No he tenido un hijo, no he escrito libro alguno y espero haber sembrado más de uno y de dos y de tres arboles. Pero estoy muy orgullosa de haber sembrado amistad y haber recolectado alguna. De una estoy cada día más convencida: la de Miranda que se afirma en lo cotidiano como si fuera lo más natural del mundo. Es la felicidad.

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